lunes, 29 de octubre de 2012

Berlín

Berlín
Cambio absoluto: el centro desde el cual el cerebro monstruoso pergeñó la aniquilación del resto de Europa impacta visualmente por su absoluta disidencia con las ciudades que dejamos atrás.
Después de instalarnos, lo primero que hacemos es ir caminando hasta Postdamer Platz, un espacio futurista, reconstruido luego de la Reunificación. El Sony Center domina el panorama: edificios de oficinas y viviendas, restaurantes, cines y el museo Filmhaus, donde se hace la Berlinale; en el piso hay una estrella con el nombre Marlene Dietrech; esto ya me entusiasma. Un poco desencajados aún nos disponemos a cenar y cargar baterías para sumergirnos al día siguiente en nuestra última ciudad.



Todo es tan amplio que toco mi anillo de viaje y me pregunto si alcanzará para ahuyentar  los peligros en el cosmos. Creo que sí, creo que ambos estaremos a salvo y que él volverá a Buenos Aires, a las manos de mi hermana C y que ella lo guardará hasta mi próximo viaje. Nunca lo uso en otras circunstancias.

Me cuesta internalizar la idea de una ciudad dividida: veo por todos lados las marcas en el piso (166 km de longitud), veo los famosos restos del Muro llenos de graffitis (1,3 km de largo en memoria a la libertad), veo fotos antiguas, veo acá mismo lo que tantas veces vi en la televisión y en el cine; aun así me cuesta, no creerlo, todo lo contrario, sino imaginar la marca persistente en las vidas de los alemanes. Siento incomodidad, algo parecido al pudor, como si recorrer estos sitios, y hacerlo del mismo modo en que se visita un museo, fuera una impertinencia. Me detengo en una parte del Muro, frente a la pintura del beso entre Brezhnev y Honecker, trato de imaginar el momento en que el ministro de propaganda de Alemania del Este, Günther Schabowski, durante una rueda de prensa, el 9 de noviembre de 1989, recibe una nota con las nuevas reglamentaciones sobre el visado que permitirá a los habitantes del Este viajar a la Alemania Federal. Miles de alemanes del Este siguen las noticias por la televisión: los periodistas preguntan al ministro cuándo entrarán en vigor dichas reglamentaciones y este, al no encontrar ninguna fecha entre sus papeles, contesta “Desde este momento.” Esos miles corren a los puestos de control solicitando el acceso a la zona occidental; los soldados no están al tanto de las novedades y no saben si tomar por el camino de la obediencia debida o permitir el acceso: abren las barreras. ¿Cuánto tiempo lleva deshacer veintiocho años de escisión?
                                                                          
Ahora, este ahora de mi marcha y escritura, se detiene el 3 de octubre de 1990, en el Reichstag, allí se firma la Reunificación de Alemania. Pero es necesario ir más atrás: un mes después de que Hitler fuera nombrado Reichscanciller, el edificio fue incendiado por un holandés o por los mismos nazis. La segunda versión suena más creíble, ya que el suceso fue utilizado por los nazis como perfecta coartada para aterrorizar y encarcelar a sus oponentes, entre los cuales se encontraban varios miembros parlamentarios. Como testimonio de una de las miles de ferocidades del nazismo quedaron las 96 Placas Conmemorativas, una por cada uno de los miembros del Bundestag que fueron asesinados por sus opiniones políticas contrarias al régimen.

 El edificio, lo que quedó de él, sin embargo, siguió en pie: en 1945, cuando el Ejército Rojo entró a Berlín, sus sólidos muros hicieron de fortaleza y resistieron el fuego de la artillería, hasta que un mes después sus paredes cayeron. En el tejado se izó la bandera con la hoz y el martillo. Posteriormente, la zona de las ruinas del Reichstag fue el escenario de todo tipo de manifestaciones: en 1948, cuando empezó el bloqueo soviético, fue el lugar en que la gente se reunió para escuchar al alcalde Ernest Reuter pedir al mundo que no abandonara la ciudad ni a sus habitantes. La construcción del Muro, en 1961, al este del Reichstag  lo separó del centro de Berlín. Diez años después, el interior fue habilitado nuevamente, pero los soviéticos no quisieron que el Parlamento de Alemania Occidental sesionara allí; en cambio abrieron la exposición Preguntas a la Historia Alemana, parada obligatoria de los escolares del oeste. Después de la Reunificación los alemanes no se ponían de acuerdo en rehabilitar ese lugar que se había convertido en un símbolo importante y demasiado cargado de los aspectos más oscuros del país. Siguieron duros debates: el 20 de junio de 1991, el Bundestag decidió el traslado de la capital, de Bonn a Berlín; en 1992 Norman Foster ganó el concurso para la reconstrucción del Reichstag. Se demolió el interior del edificio y se conservaron las paredes exteriores como recuerdo del pasado. En 1995 el artista búlgaro Christo (¡vaya nombre!) empaquetó el edificio en plástico plateado, resistente al fuego; esa nueva imagen cambió la percepción de los alemanes. Foster, a pedido del gobierno, agregó una cúpula, con la condición de que fuera diferente a la original: un espacio abierto a los visitantes. Se trata de una cúpula de cristal, se puede visitar y apreciar la vista panorámica de la ciudad. No pudimos subir, pero no pierdo las esperanzas.

La historia del Reichstag es tan solo un ejemplo, una mise en abîme de Berlín: cada espacio de esta ciudad es (como) el título de un libro de miles de páginas escritas con sangre, narradas desde una óptica que rechaza lo fantástico, la ciencia-ficción, hasta el policial; nada que se relacione con la ficción, nada que pueda consolar al lector con la tranquilidad de que al cerrar el libro se cierra la mera especulación de algún escritor. Las “cosas” sucedieron y si ingresan en el terreno literario requieren una mano, una cabeza y un alma de un aprendiz de Rodolfo Walsh.

Si necesitamos aflojar los músculos, cerrar los ojos y dejar que ingrese un poco de aire a los pulmones, vayamos a la catedral construida por encargo del emperador Guillermo II, entre fines del siglo XIX y principios del XX. Por supuesto que tiene historia pero, si la ignoramos, podemos pensar que está así desde hace siglos y eso es un alivio: qué suerte caminar por una especie de museo al aire libre, qué distinta es; esto no parece Berlín. El ojo derecho se me escapa al Spree y sus calmas aguas; el izquierdo lee que durante la Segunda Guerra Mundial la Berliner Dom fue dañada por las bombas y que tuvo que esperar hasta fines del siglo XX para ser reconstruida, junto con la cripta que alberga cerca de 100 integrantes de la familia real de los Hohenzollern. Es que algunas reconstrucciones insisten con el original, entonces nos engañamos con el aquí no ha pasado nada. Eso mismo sucede con la Staatsoper (Ópera del Estado): a mediados del siglo XVIII se construyó el edificio de estilo clásico; en 1848 se quemó en su totalidad y se reconstruyó; en 1945 fue destruido por un bombardeo; en 1955 fue reconstruido según el diseño original.

Guillermo II quiso una catedral que representara el protestantismo prusiano de Berlín; Federico el Grande ordenó construir, en 1773, la Catedral de Santa Eduvigis para la minoría católica. Destruida por las bombas en 1943, su reconstrucción terminó en 1963. También tiene una cripta, esta vez con los restos del sacerdote que predicaba contra el nazismo y que fue arrestado y asesinado: Bernhard Lichtenberg.

Siguiendo por Unter den Linden, el boulevard principal, llegamos a la Humboldt Universität. Junto con la Santa Eduvigis y la Ópera, forma parte del llamado Forum Fridericianum y fue fundada en 1809 por Wilhelm H, basada en el principio de la libertad académica. De entre los veintinueve premios Nobel  que se graduaron aquí se encuentra Robert Koch (el del bacilo). Otros famosos: Einstein, Marx, Engels, Heine, Fichte…

                           
A pesar de o por estos ilustres, durante el nazismo se quemaron veinte mil libros y se expulsó y asesinó a estudiantes y profesores. En conmemoración se construyó en 1995 el Monumento a la Quema de Libros, en el centro de la Bebelplatz: un cristal en el piso, a través del cual se pueden ver unas estanterías vacías, donde cabría esa cantidad de libros quemados. Hay una placa de bronce con la siguiente cita de Heinrich Heine (1820): “Allí donde se queman libros, finalmente se queman también personas.”
Qué descorazonador es constatar que la brutalidad hizo escuela entre nosotros.


Miro una foto en blanco y negro: la Puerta de Brandenburgo después de la Segunda Guerra. Muy distinta a cómo la vemos hoy en colores, en un día de sol, con turistas que se sacan fotos con los que posan de soldados rusos, norteamericanos… Parece imposible creer que  las “Trümmerfrauen”, las mujeres que se dedicaban a recoger y amontonar escombros, hayan trabajado en esa tarea durante años y años de dolor, culpa y miseria en todos los sentidos imaginables. Construida entre 1789 (¡qué año!) y 1791, como arco de triunfo de la capital de Prusia, es la única que queda de las dieciocho que servían como puertas de entrada a la ciudad. Su diseño está inspirado en el Propileo, la puerta de acceso a la Acrópolis de Atenas. Las doce columnas dóricas, repartidas en dos filas, dieron lugar a cinco entradas: las dos laterales para los ciudadanos comunes y las tres centrales para la realeza. Y pensar que en lo alto está coronada por una estatua conocida como la Cuadriga: un carro con cuatro caballos conducidos por la Diosa de la Paz. Y resulta que, hablando de Francia, en 1806 Napoleón se llevó la Cuadriga a París, después de conquistar Berlín. Volvió la Cuadriga aquí y la Diosa de la Paz fue desplazada por la Diosa de la Victoria, y la rama de olivo por una cruz de hierro con un águila, símbolo del poder prusiano. A fines de la Segunda Guerra la Cuadriga…quedó destruida. A mediados de los años 50 Berlín Oeste entregó a Berlín Oriental una copia de la Cuadriga; posteriormente los comunistas le quitaron la cruz y el águila, por considerarlos símbolos fascistas y monárquicos. Con la construcción del Muro la Puerta quedó aislada durante casi treinta años; en 1989 fue lugar de celebración de la Reunificación (creo que esa es la imagen que guarda todo aquel que no era un infante por esa época). Finalmente, ojalá que sí, en el 2000 se restauró la Puerta y se le volvió a colocar la cruz con el águila.

Hace como quince años estuve por conocer esta ciudad; el frío de enero sirvió como aplazamiento; ahora es verano y hace un calor agradable pero insuficiente por momentos para aplacar lo gélido del tórrido escenario.
Gabriela Frontini
Berlín, 26 de julio de 2012
                                                                                                                 

Dresden


Dresden
La crueldad es un opio que no puede abandonar quien lo ha probado” (Sándor Márai )

Rumbo a Berlín y antes de llegar a Dresden hacemos un camino bordeando el Río Elba, es muy tranquilizador y bonito: mucho verde, casas tipo alpino a distintas alturas, la cúpula de una iglesia, un castillo a lo lejos. Amaneció nublado, sigue nublado, lo que da al paisaje rasgos fantasmagóricos. No sé a qué prestar atención, al paisaje, a la escritura, a la voz de M leyendo para todos sobre las víctimas de Lídice, después de haber escuchado a G hablar sobre la historia de Europa o a X leyendo fragmentos de Kafka, de un librito llamado Praga, antologado por Luis Gusmán, y que recomiendo porque lo tengo. Sin embargo, el paisaje bucólico queda aniquilado.
Dresden es la antigua capital de Sajonia y, junto con Budapest –creo- es una de las ciudades que más destrucción sufrió. En este caso, no por obra de los alemanes, sino de los aliados, como forma de escarmiento, ya al final de la guerra, como decir: ¿ven lo que pasa? Basta ya. En fin, asumo que es reduccionista de mi parte y me someto a las objeciones. Pero puedo dar fe de lo que vi: una ciudad bombardeada, hecha ruinas y reconstruida posteriormente con la ayuda, más que ayuda, mano de obra, de las mujeres porque, claro, pocos hombres quedaban vivos.
Pasando al terreno de la banalidad, diré que hacía mucho calor y que en un momento confesé a I que ya no quería ver más ciudades por un día, que empezaban a mezclárseme y que súbitamente comenzaba a descender la escalera de la junquicidad en forma estrepitosa. Me costó despedirme de Praga, mucho más de lo que se pueda imaginar. De todos modos, me niego a tener que elegir entre Budapest y Praga, por más que I insista en que me decida por una. ¿Por qué tengo que elegir? ¿Por qué siempre hay que elegir una sola cosa? Lo que sí podría decir, sin dudar, es todo lo que no elegiría. ¿No es suficiente con eso? El calor supongo es una excusa para no amargarme, para que no me asalte el más furibundo de los pesimismos al ver y no poder comprender por qué el ser humano es tan mezquino, imbécil, retorcido y codicioso, por qué se destruye la tierra que habitan los seres que la hacen suya, por qué se matan unos a otros, por qué algunos seres no sólo matan impunemente, sino que se regocijan torturando y sometiendo a sus semejantes a los vejámenes más bestiales.
Decidimos no visitar ningún museo en Dresden, las famosas porcelanas me tienen sin cuidado, mejor dicho pensar en una pastorcita de ese material me repugna, arranco de mi mente la imagen de una serie interminable de piezas blancas y azules, con ese brillo lacerante (no estoy segura de que sean así, pero así las imagino y eso es lo que cuenta). Caminamos, observamos el friso cronológico del imperio y ya mismo decido incorporar a Augusto II al listado de las cosas de las que no quiero volver a oír mencionar: sus favoritas –pobres infelices, diría I-, sus palacios, sus hijos, su fastuosa vida. Comemos unas salchichas y tomamos una cerveza. Resulta que, justo ahora que I logró en Praga tomar café caliente, con la leche a igual temperatura y por separado, tenemos que comenzar a lidiar en pos de un vino blanco y una cerveza fríos, comme il faut. Los rasgos neuróticos marcados se transmiten por contigüidad, la cerveza nunca está demasiado fría y enseguida se calienta; ídem con el vino. Nuevamente en nuestro bus, vemos un video hablado en alemán, sin subtitular, sobre Dresden; es mejor así, las imágenes son suficientemente elocuentes. Quedan aproximadamente doscientos kilómetros para llegar a Berlín. ¿Cuánto se aproximará mi imaginario con la realidad?
                                                                                                                        Gabriela Frontini
                                                                                                                 Miércoles 25 de julio de 2012


domingo, 28 de octubre de 2012

Praga: La inmortalidad


Praga / La inmortalidad
“El horror es un impacto, un momento de absoluta ceguera. El horror está desprovisto de toda huella de Belleza.” (Milan Kundera, La insoportable levedad del ser)

El concepto de belleza es sumamente escurridizo, arbitrario.
Parece inapropiado relacionar la belleza con el horror. Pero si pienso en la belleza como una forma de la verdad, puedo pensar que el horror nunca podrá contenerla, entonces comparto estas palabras de Kundera.
Esta mañana decidimos deslizarnos por una zona de la Praga no turística, la llamada Ciudad Nueva, Nové Město. Las calles son anchas, la edificación es más ecléctica, siempre bonita, y al levantar la vista para admirarla también se puede ver el cielo azul claro de este hermoso día de sol. Y de pronto llegamos al museo de Antonin Dvořák, sin buscarlo. Siempre digo que hay lugares, objetos y personas (no necesariamente en ese orden) que nos están predestinados. Es pequeño y encantador, tiene una sala, con frescos en el techo, en la que actualmente se dan conciertos. Dado que tanto I como yo tenemos una natural predisposición al encantamiento, quisimos escuchar la música del dueño de casa. Lo hicimos con la guía de una señora muy amable, que nos recomendaba las mejores grabaciones. La verdad es que no conozco demasiado la música de este señor –tampoco I- y eso llevó a una conversación en la que I quiso convencerme de que hagamos un curso de música clásica (de esos para ignorantes); es más, tomó su Ipod y me leyó el mail de Pablo Kohan sobre el curso que comenzará en agosto. Por supuesto que quiero, pero volvemos siempre al mismo problema del tiempo y de la odiosa necesidad de tener que elegir. ¡Y pensar que hay gente que se aburre! Actualmente, tendría que optar entre Cine Núcleo, música clásica o inglés, para los martes. Esto último porque es vergonzoso, anacrónico e inconveniente que una chica como yo no pueda desenvolverse en la lengua de David Bowie, Clive Owen, Jeremy Irons, Eric Clapton. Muy bien, salimos de allí con dos CD de Antonin (las series de asociaciones me sientan de maravilla: Antonin me lleva al genial Artaud, éste a Cementerio Club –justo que pensaba en vos, nenaá, caí muerto- y a mi bien amado Spinetta; mejor me detengo aquí), la sonrisa de satisfacción de la señora rubia y flaca, y un gran entusiasmo sobre nuestras futuras empresas. Atravesamos un parque en el que los lugareños retozaban, miramos zapatos –cómo me pierden los zapatos y qué divinos y coloridos son en Europa.

                                                 

 Así íbamos, llegó el momento de hacer un alto en el camino, I divisó una cervecería bien checa; allí entramos. Ni un solo turista, paredes con fotos de soldados, textos sólo en checo. Preguntamos qué significaba el conjunto, nos explicaron algo que no terminamos de entender, compartimos con checos, protesté un poco por la ensalada que tenía gran cantidad de pepinos y no me gustan (los añadiré a la lista de rechazos, al lado de las figuritas que salen cada hora del reloj de la torre de la Municipalidad. El reloj es bonito, pero los turistas apiñados y observando con expresión bovina lo afeamos.). Volvamos a nuestro propósito: en medio de las elucubraciones sobre el lugar y las fotos, recordé que M, al entrar en Praga, nos había hablado algo de la Iglesia Ortodoxa de los santos Cirilo y Metodio, frente a la cervecería. Entramos en el pequeño museo con las criptas. La historia es fuerte, habla de las guerras, del nazismo y de todo esa parte de la historia. El Episodio es más que interesante, voy a contar lo mínimo e indispensable, folleto en mano: en Praga  estaba a cargo de la ocupación nazi  el SS Obergruppenfuhrer, general de la Policía y jefe del Servicio de Seguridad, el Reichprotektor (gobernador del protectorado de Bohemia y Moravia) Reinhard Heydrich , uno de los artífices y hombres más temidos del Tercer Reich (año 1941). Los checos recibieron ayuda desde Gran Bretaña, donde se encontraba el gobierno exiliado y se prepararon en Escocia para acabar con este cerdo. Eran siete paracaidistas. El 27 de mayo de 1942, en el barrio checo de Libén, dos de ellos lograron matarlo. Luego los nazis se enfurecieron, hubo persecuciones cruentas hacia todos los sospechosos de haber participado, incluso se ofreció una recompensa de diez millones de coronas por información sobre los responsables. El 7 y 9 de junio de 1942 se hicieron dos importantes funerales, en Berlín y Praga en memoria de Heydrich. Terminadas las exequias, los nazis volvieron a la carga y destruyeron el pueblo de Lidice: 199 hombres ejecutados, las mujeres trasladadas a campos de concentración y los chicos que eran racialmente “aptos” fueron reenviados para su reeducación como ciudadanos modelo del Reich. El 24 de junio los nazis destruyeron, también, Ležáky.
El asesinato de Heydrich fue la primera demostración de resistencia armada de una nación ocupada, contra el fascismo alemán en Europa. Lo importante es que en la preparación de la misión de los paracaidistas intervinieron muchas personas que no eran excluyentemente militares ni comunistas, sino del pueblo y sacerdotes checos dispuestos a defenderse contra el fascismo. El padre Vladimir Petřek, sacerdote ortodoxo checo, alojó a los paracaidistas en la cripta de la iglesia, actuó como enlace entre las personas participantes del atentado. El decano de la iglesia, el sacristán y el obispo no fueron informados hasta el 11 de junio, a partir de ese momento se sumaron a la causa y recibieron, a su vez, ayuda de personas particulares y grupos de resistencia.
Las ejecuciones diarias y el terror desatado por los nazis fue de gran magnitud, uno de los paracaidistas delató a sus compañeros y, aunque desconocía el lugar en que estaban refugiados, suministró pistas para llegar a ellos. El 18 de junio, a las 2 de la mañana, se dio la orden de rodear la iglesia ortodoxa de San Cirilo y San Metodio. Eran 360 miembros del batallón de la Guardia de las SS contra 7 paracaidistas. La operación empezó a las 4.15. La orden que tenían los soldados de la Gestapo era la de capturarlos con vida. Tres de los checos defendieron la parte principal de la iglesia hasta morir a las siete de la mañana; los otros cuatro lucharon hasta el final, hasta que la Gestapo asaltó la cripta y entonces hicieron uso de las cuatro balas que se habían guardado (si bien el método ha sido muy utilizado, no puedo dejar de pensar en las pastillas de cianuro de nuestros 70). Ninguno de los siete paracaidistas pasaba de los 30 años.
Por su lado, los sacerdotes y el sacristán fueron arrestados junto con sus familias. El obispo, informado de las detenciones y del asalto a la iglesia, escribió tres cartas: al Primer Ministro, al Ministro de Educación y Cultura, y a la oficina del Reichprotektor, para salvar a los detenidos y poner fin a las víctimas del terror: “Entrego mi persona a las autoridades competentes y estoy preparado para someterme a cualquier castigo. Incluso la muerte, si fuese necesario.” Nunca le contestaron. Lo detuvieron el 25 de junio, lo torturaron hasta el 3 de septiembre, día del juicio contra los representantes de la iglesia ortodoxa. El 4 de septiembre, el obispo, el sacristán y el Presidente del Consejo de Mayores fueron fusilados, junto con el primer sacerdote, en un paredón del barrio praguense de Kobylisy. Como los nazis no se privan de nada, la Gestapo alemana encerró a 253 checos, por haber ayudado a los paracaidistas, en la fortaleza pequeña de Terezin. Posteriormente los trasladaron al campo de concentración de Mauthausen, con la inscripción de las letras R.u (sin retorno) y a los pocos días fueron ejecutados.
El nuevo Reichprotektor disolvió las parroquias de la Iglesia Ortodoxa Checa y confiscó propiedades; la iglesia de la que hablamos fue depósito de los bienes obtenidos del pillaje nazi (me suena, me suena). Los sacerdotes ortodoxos fueron llevados a campos de trabajos forzados; los fieles se quedaron sin sus líderes espirituales.
Después de la guerra los checos rindieron homenaje a todos los que cayeron víctimas del terror de Heydrich, con las siguientes palabras:”hay dos momentos que las checas y checos deben contemplar con reverencia: Lidice y la Iglesia ortodoxa de los santos Cirilio y Metodio.”. El accionar de esta pequeña iglesia fue una victoria moral contra la violencia del fascismo. Hoy día es un lugar que conmemora la valentía, la bondad  y el sacrificio humanos. La gente deja flores en las criptas, al lado de las fotos en que se ve a los paracaidistas con expresiones concentradas; también dejan notitas con palabras de agradecimiento y respeto. Los mensajes no están todos en checo, sino en distintos idiomas. Quién puede permanecer indiferente ante tamaña Historia; yo también escribí palabras de reconocimiento y admiración, en mi nombre y en el de I. Sé que el discurso desplegado en toda esta muestra sobre los hechos referidos suena a manual, pero no seré yo quien arroje la primera piedra para tildarlo de exagerado, porque sí es desmedidamente humano lo que hicieron estos hombres. Además, todo el “Episodio” me reconcilia con la institución Iglesia; no, me corrijo, con algunos hombres que forman parte de ella.
Posteriormente, en 1987 el obispo Gorazd fue canonizado.
Qué fortuna fue haber pasado por allí; qué hicimos exactamente después no podría asegurarlo. Las caras de esos hombres, el zapato de uno de ellos y el maletín en el que el sargento mayor Kubiš llevaba la granada que lanzó contra Heydrich se quedaron en mí. Lo menos que puedo hacer ahora mismo es escribir cuidadosamente los nombres de los miembros del grupo “Anthropoid”:
Jan Kubiš
Josef Gabčík
Josef Valčík
Adolf Opálka
Jaroslav Švarc
Josef Bublik
Jan Hrubý
Sacerdote Vladimir Petřek
Sacerdote Václav Čikl
Obispo Gorazd
Presidente del Consejo de Mayores Jan Sonnevend
Sacristán Omest
Alfred Bartoš
Jiří Potuček
La Iglesia Ortodoxa de los Santos Cirilo y Metodio está en Resslova 9a, Praha 2 – Nové Mĕsto
La Belleza, uno de sus rostros, quedó del lado de la verdad que defendieron estos hombres: les pertenece.

  Gabriela Frontini
                  Praga, 24 de julio de 2012


Praga: por el camino de Vyšehradský hřbitov a Slavín


Praga: por el camino de Vyšehradský hřbitov a Slavín
“Espero que tus grados de junquicidad no te lleven a la relatividad total. Los juncos (que tienen un nombre científico muy feo: Schoenoplectus californicus) como bien sabemos, son el primer paso para la formación de una isla. Es decir, son la fuerza de choque que sirve para la creación de algo importante, algo que antes no estaba (¿y qué es si no escribir un cuento o pintar un cuadro?).”
Cito un fragmento de un correo de M, escritor y biólogo, con quien comparto esas horas de los miércoles en las que (sólo) cuenta la literatura -y la literatura abarca todo lo bello. Lo de fuerza de choque me gusta mucho, vuelvo a agradecer. En cuanto al riesgo de caer en la relatividad, I ríe con sarcasmo y aclara que eso nunca ocurrirá porque –lo afirma sin pestañear- yo pertenezco al absolutismo ilustrado. Que cada uno juzgue según su parecer.
Una vez hube esquivado artimañas disuasivas y distractores de todo color y pelaje, logré emprender el camino hacia el Cementerio Slavín, antes de la hora de cierre; para eso había que alcanzar la colina de Vyšehrad, antigua fortaleza. El paseo bordeando el  Moldava es irresistible: el cielo en su inmensidad me hizo mirar todo de arriba para abajo, como si los edificios y el río fueran un desprendimiento, sin por eso resignar preponderancia, como leer de derecha a izquierda y al final de la página encontrarse, todos pegaditos al río, con gente tomando sol, perros paseando y una gran mesa rectangular, cubierta con vasos de cerveza. Mientras subía se iban empequeñeciendo; cuando me paraba a observarlos, se agrandaban; pero no era un efecto óptico, sino una derivación del poder de imán que ejercía la escena.



Fui flotando por el aire y me detuve ahí, al lado de los hombres sentados, brindé en silencio: por Praha, por el sol, por ese instante, por los deseos cumplidos y los que vendrán, por todos los seres que amo en este mundo y en los mundos paralelos. Como en la Nochebuena, en la terraza, en nuestra ceremonia secreta, con mis amores. Henchida el alma, liviano el cuerpo, volví a elevarme para seguir camino.
Había que encontrar una escalerita escondida, después de pasar el puente ferroviario de hierro, subir por el parque y ya estamos en la colina de Vyšehrad, en cuyo palacio el rey Vratislav II pasaba largas temporadas. En la época de mayor esplendor (siglo XI) este rey fundó la iglesia de San Pedro y San Pablo, con el fin de que los oficios religiosos estuvieran al alcance de su mano. Con el correr del tiempo se fue modificando, hoy es la Catedral neogótica. La admiramos desde afuera porque estaba cerrada; entonces, al lado, tal y como nos habían dicho, el cementerio Slavín recibe con el siguiente lema: “Aunque muertos, hablan por siempre.”
Ya veremos por qué.


Este cementerio de Vyšehrad comenzó a extenderse hasta que llegó a convertirse en el Cementerio Slavín, reorganizado, desde el punto de vista de su arquitectura, por Antonín Wiehl, entre los años 1890-1902. Así surgió el famoso cementerio y también monumento histórico donde descansan los restos de célebres personalidades de la Répública Checa, como por ejemplo: Karel Čapek, el creador del término robot (palabra que deriva de la forma robota  -según algunos del término r´b del antiguo eslavo y que significa "esclavo" o bien del checo robota "trabajo"). El término aparece por primera vez en su obra de teatro R.U.R. (Robots Universales Rossum), en 1920, tras cuyo estreno y éxito en Praga, y posteriormente en Londres y Nueva York, hizo que se introdujera en todas las lenguas.  En su último domicilio, acompañan hoy a Karel los escritores Jan Neruda, Julius Zeyer (poeta neorromántico) y Jaroslav Vrchlický (uno de los primeros traductores de la literatura española); la cantante Ema Destinnová y el político František Ladislav Rieger.
En honor a tan célebres huéspedes, voy a leer (Čist) para mí, y con mucha atención, cada una de las inscripciones de las tumbas. Advierto las declinaciones: ya es algo. Adivinamos con I que rodina significa familia.
¿Dónde querrá tomar Kundera su último descanso? ¿Cuál es su patria, desde que abandonó primero su país y luego su lengua natal? ¿Recordará estas palabras de Carlos Fuentes?:No hay ciudad en Europa más hermosa que Praga entre el alto gótico y el siglo barroco, su opulencia y su tristeza se consumaron en las bodas de la piedra y el río.”
Por el momento dejemos a Kundera en Francia y sigamos descubriendo quiénes más habitan la colina.


                   


También descansa allí el multifacético Alfons Mucha, cuya obra se encuentra en distintos museos de Praga a los que acudiremos en un próximo viaje. Si bien lo más conocido son sus afiches litográficos art Nouveau para Sarah Bernhart, fue diseñador de joyas, escenógrafo y pintor.
Mientras I observaba cómo un ¿herrero? cincelaba amorosamente el entorno de una lápida, yo fui siguiendo el camino principal, hasta llegar a Slavín, el panteón de los personajes ilustres de la nación; reverencié a los mencionados moradores. Aunque ellos no contestaron mi saludo, pude oír el murmullo de las discusiones de los escritores acerca del mil veces considerado tópico contenido/forma. Lo hacían amistosamente, arrullados por el canto de la soprano Emilie Paulina Venceslava Kittlova (alias Ema). Esta dama acaparó mi atención; al leer ciertos datos de su biografía llegué a pensar que quizá yo soy ella, porque Emilie, antes de decidirse por la música, se dedicó a la literatura:
"En 1896 Destinnová debutó en Praga como autora dramática. Hay que destacar que en aquella época Destinnová ya no era ninguna novata literaria, sino autora de numerosas novelas y poemas. En ningún caso se trató de una afición de carácter temporal. La literatura marcó toda su vida. No obstante, para gran suerte del mundo de la ópera mundial, Ema Destinnová se decidió por la música. De los tantos éxitos de Ema Destinnová recordemos su actuación en el concierto celebrado en el Covent Garden, de Londres, en ocasión de la coronación en 1910 del rey de Inglaterra, Jorge V. En dicha audiencia solemne, la reina Mary, fascinada por su actuación, apuntó: "Yo soy reina, pero una de tantas. Usted es la única reina del canto en el mundo.”
Ya entiendo de dónde viene mi sensación de haber sido soprano en otra vida y la nostalgia de haber dejado algo, como si estuviera en el proscenio, sentada en el banco de suplente. En esta vida y con un siglo de diferencia, a mí me toca la literatura en primer plano.
En cuanto a Ema –nombre netamente literario-, durante la primera guerra mundial, tuvo que enfrentarse a serias dificultades, debido a sus simpatías hacia la resistencia checa. Por esta razón se recluyó en su castillo de Straz nad Nezarkou, en Bohemia del Sur.
No obstante, se enamoró de Jozef Halsbach, un hombre 20 años menor que ella, de profesión mecánico de aviación, que se ocupaba de la fotografía aérea. La boda se efectuó en 1923.
Imaginemos a Ema en dos momentos clave de su vida, dos momentos de choque de fuerzas, de barajar y dar de nuevo: pasar de la escritura al canto; enamorarse y aceptar a Jozef. Declaro a Ema La Abanderada de los Juncos.
                  
                                                                            

"Pese a que su profesión no era nada romántica, el propio Josef Halsbach afortunadamente era una persona muy amable y cariñosa. Por ejemplo, durante sus vuelos laborales por Bohemia del Sur no perdía ni una oportunidad de sobrevolar el palacete de Straz nad Nezarkou y echar desde la altura rosas blancas al balcón de su mujer".

                                                  
Y ahora que alguien se anime a decirme si una vida tan romántica no tenía que continuar en un cementerio como éste, levitando entre los arcos Art Nouveau.
                   Gabriela Frontini
                                                                                                      Praga, 23 de julio de 2012



Praga: El mapa y el territorio

Praga: El mapa y el territorio

“[…], un libro tiene que ser un hacha para romper el mar de hielo existente en nosotros. Yo así lo creo.” Franz Kafka a Oskar Pollak (1904)

Praga es tan singular que aun dedicándole pocos días podría yo garabatear cientos de páginas. Por razones ajenas al deseo, no lo haré. Lo que sí voy a hacer es una especie de salpicado, según el único criterio del fluir de la representación, con el fin de poblar mis cestopisy (algo así como “libros de viaje”)
Nuestro hotel combina los estilos Biedermeier y Art Nouveau. Se encuentra en el número 33 de la calle Štěpánská, muy cerca de la Plaza Wenceslao y más cerca del Palacio Lucerna, de principios de los años 20, construido según el proyecto de Vacláv Havel, abuelo del primer presidente democrático de la República Checa, después de la etapa socialista. Se trata de un edificio-galería estilo Art Nouveau, con negocios, cafeterías, cine, sala de conciertos y la curiosa Estatua de San Wenceslao con el caballo dado vuelta, obra de David Černy. Dos o tres veces entramos para recorrerlo; todos los días pasamos por delante, ya que es camino obligado hacia la zona de la plaza que, más que plaza, es un boulevard. Una tarde-noche gran cantidad de punks o neopunks aguardaban en la entrada para asistir a un recital. La sensación de que algo tan representativo de una ciudad forme parte del paisaje cotidiano es muy agradable, nos alimenta la ilusión de sentirnos menos turistas.
 
                         
                                                                                         
El boulevard de Wenceslao está siempre muy concurrido pero, como es ancho, resulta fácil olvidar ese detalle y, en cambio, observar todo lo que ofrece de un lado y de otro, con la perspectiva que da la amplitud. Al fondo, como si fuera un torso que extiende las piernas, domina la escena el Museo Nacional (Narodní Muzeum), de estilo neorrenacentista, diseñado por Josef Schulz, en 1890, en pleno furor de la corriente nacionalista checa que reivindicaba el espíritu nacional del antiguo reino de Bohemia y la separación del imperio austro-húngaro. Alguien dice que, si lo barremos con la mirada por un segundo, nos hace creer situados frente a nuestro Congreso. Del vientre de ese torso nacen la estatua de San Wenceslao (1912) y el Monumento a las Víctimas del Comunismo. Una placa y una cruz de bronce en conmemoración del siguiente episodio: en 1968 los tanques rusos entraron a la Plaza Wenceslao para acabar con el período de libertades conocido como Primavera de Praga. El 16 de enero de 1969, el estudiante Jan Palach se inmoló a lo bonzo en protesta por la invasión soviética; un mes más tarde, el estudiante Jan Zazic lo siguió.
La pierna derecha está formada por el Hotel Europa, construido en 1906, en cuyo café Franz Kafka leyó por primera vez La condena. Y ya que hablamos de él recordemos que aquí se encuentra el edificio de la compañía de seguros Assicurazioni Generali, donde Franz trabajó durante diez meses, hasta que tuvo que renunciar por causa de su tuberculosis. Ambas construcciones pertenecen al Art Nouveau. En el otro extremo, el pie: el Palacio Koruna, de 1914, transición del estilo Secession al Art Déco, construido por Antonin Pfeiffer; actualmente funcionan allí oficinas. Pensar que cada día empleados praguenses franquean sus puertas y se disponen al trabajo; bien por ellos

                       

Dicen aquí que ženy čtou více než muži (las mujeres leen más que los hombres).
En esta zona, de ambos lados, encontramos varias librerías: corrimos locamente, porque era tarde, porque nos esperaban, porque no admitíamos irnos sin un kniha (libro) de esta bienamada Praga. Encontramos poco en español, más que nada de Kafka, claro, al que admiramos pero, justamente por eso, no falta en nuestras bibliotecas personales. Antes de que se acabara el tiempo compramos, en la Palác Knih Luxor, Las aventuras del valeroso soldado Švejk, de Jaroslav Hašek y dos de Bohumil Hrabal: Trenes rigurosamente vigilados y Yo que he servido al rey de Inglaterra. Tesoros para ser leídos en Buenos Aires, con el corazón en Praga.
¡Cuántos lugares quedan por recorrer, cuántas calles por transitar, cuántas cosas por hacer! Lo mejor en estos casos –dice I para conformarnos- es pensar en un futuro viaje. Entonces podremos visitar sin apuro cada rincón referido a Kafka. Sería ideal dividir en cuatro partes el día: lectura, paseo, escritura, eventualidad. Si estuviera a mi alcance impermeabilizarme del frío, vendría todo enero. ¿Acaso existe algún tratamiento por el cual neutralizar la sensación térmica y la temperatura?
El famoso castillo de Praga ((Pražský hrad) parece una maqueta atiborrada de muñequitos en pos de alcanzar la Catedral de San Vito. Al descender hacia el Puente de Carlos y la isla Kampa se repite el panorama. Lo disfrutaremos en un futuro, en el momento en que todos sus visitantes se hayan entregado a los brazos de Morfeo.
La plaza de la Ciudad Vieja, Staroměstské náměstí, comprime los miles de turistas que dejan Ias agujas de la Iglesia de Týn y corren acalorados hacia la Iglesia de San Nicolás, echan una mirada a la estatua del religioso quemado por hereje, Jan Hus, hasta pararse ante el reloj del Ayuntamiento para recibir a los doce apóstoles. Misión cumplida.



En la época renacentista, Praga fue la tercera ciudad con mayor población judía de Europa.
El barrio judío Josefov es tan electrizante y cargado de trágica historia que me resulta imposible  ordenarlo por escrito sin acudir a mi folleto: necesito cierta distancia. El llamado Museo Judío de Praga, fundado en 1906, está formado por una serie de edificios dispersos sobre el territorio del antiguo ghetto judío. Durante la ocupación nazi, el museo ofició involuntariamente como depósito de los bienes robados a los judíos checos y moravos. Si bien los empleados lograron salvar dichos objetos, la mayoría de sus dueños no corrieron esa ¿suerte?: murieron en los campos de exterminio. Durante la época comunista el museo fue nacionalizado y restringidas sus actividades. Después de la caída del régimen, los edificios y colecciones fueron devueltos a la comunidad judía.
Veo por segunda vez el Viejo Cementerio Judío, que data de la primera mitad del siglo XV: el gris dominante de las lápidas lo dice todo. Su posición inclinada me conmueve, pienso que es el gesto de protección hacia todos los que, al no poder ser enterrados fuera del ghetto y debido a la falta de espacio aquí, fueron sepultados capa sobre capa. Imposible tomar distancia.
La Sinagoga Pinkas convoca la tristeza y el espanto detrás de cada uno de los 77.297 nombres inscriptos en la pared, de los judíos checos y moravos asesinados por los nazis. El monumento tal como lo vemos hoy es la reconstrucción realizada en 1996, luego de la caída del régimen comunista que, en 1968, había destruido las inscripciones y cerrado el Museo. Igual de triste y devastador es subir hasta el primer piso y detenerse en la exposición “Dibujos de los niños de Terezín 1942-1944”. Son los dibujos que hicieron los más de 10.000 niños  internados en Terezín, poco antes de ser llevados a Auschwitz, donde fueron asesinados. Friedl Dicker-Brandeis, una egresada de la Bauhaus, fue nombrada para dirigir el trabajo y, antes de la deportación de los niños a Auschwitz, logró esconder los dibujos que, en muchos casos, constituyen el único recuerdo de los que no sobrevivieron. De los 8.000 deportados hacia el Este, sólo 242 llegaron a ver el fin de la guerra.


 
       


Nos dicen que la antigua capital del reino de Bohemia es una de las ciudades más preservada de las guerras, menos destruida ediliciamente; es cierto. Pero también es cierto que no se libró de todos los horrores que atravesaron los habitantes de esta Europa. La primera vez que estuve en Praga advertí la belleza en los rostros de los checos y, también, me impresionó un fondo de tristeza delineado en los labios y en los ojos. Sé muy bien que vemos lo que queremos ver, que nuestra mirada porta nuestra propia historia y que ésta es tan singular y compartida como puede serlo la mirada del que está humanamente obligado a recordar que el olvido debe ser una palabra vedada en el territorio de la Historia.
                                                                                                                Gabriela Frontini
                                                                                                             Praga, 22 de julio de 2012