sábado, 27 de octubre de 2012

Bratislava

Bratislava
Hubo que partir en micro, por una carretera en buenas condiciones, en una mañana que se desperezó nublada, hasta despertarse con sol. El viaje fue tranquilo, yo creí que iba a dormirme pero, supongo que por la curiosidad de tan particular destino, mis ojos se mantuvieron bien abiertos. Por tramos, el camino recordaba el verde monótono de la llanura argentina; enseguida cambiaba en colores y ondulaciones; los puentes que cruzan la ruta están cubiertos por vegetación, están hechos para que los utilicen sólo los animales. Lamentablemente no vimos ningún bicho -me hubiera encantado-, imaginé una vaca decidiendo ir a visitar a una vecina del lado de enfrente. Yo iba sentada adelante, sin hablar demasiado, escuchando los señalamientos de I acerca del chofer: mientras maneja, se apoya sobre el volante como si se tratara de una mesa, habla por dos teléfonos, busca empeñosamente discos; todo muy cierto, a qué negarlo, solo que yo tenía que hacer mi duelo por Budapest y el resto no me importaba. Cuando I comenzaba a enumerar las virtudes de Viena, puesto que ya la conoce, e intentaba convencerme, yo trataba de explicarle mis razones: los austríacos no quieren asumir su pasado nazi, miran para otro lado, desalientan cualquier tipo de innovación y deben ser aburridos, como todas las personas prolijitas desmedidamente. También le recordé la historia del padre que tuvo hijos con su propia hija, la mantuvo encerrada, con la anuencia de la madre y de ¡cuántos más!; de todo tan limpito a algunos les estalló la cabeza. Entonces, así como así, me dice: no me lo recuerdes. No estaría mal ver alguna peliculita de Haneke para refrescar la memoria: por ejemplo esa en la que el matrimonio que tiene un buen pasar y dos niños hermosos y saludables, planifica el suicidio de la familia entera. Pero I me tilda de caprichosa; ya le dije que no quiero ver ni una vez El Beso, de Klimt, estoy hasta la coronilla. No es que no me guste su obra, me hartó esa. Finalmente, me dio la razón, aunque sé que volverá a la carga porque se obstina y quiere imponerme sus pareceres. Volvamos a la ruta, mejor: alguien de la agencia, profesor de historia, nos fue contando muchas cosas de estos pueblos, y pensar que mucha gente cambió de nacionalidad, por decirlo rápidamente, por todos los cambios. Muy desestabilizante pensar que un día el lugar de nacimiento pertenece a Hungría, otro a Eslovaquia, etc. Eso sucedió con Kasa, el lugar de origen de Márai. Fue muy interesante todo lo que contó G durante el viaje. Y lo último, con lo que ya entramos a Bratislava, mientras dejábamos los molinos, fue la lectura de partes de Danubio, de Claudio Magris, leído por M, nuestro guía.
La capital de Eslovaquia es pequeña y bien bonita. En cada lugar que llegamos, además de nuestro guía, tenemos otro guía local. Esta vez nos tocó una señora que habla muy bien el español, que no se cansó de bajar línea constantemente, en forma de chistes. Esto trajo un nuevo intercambio verbal con I, dice que está bien que la señora deje plantada su posición, que debe haber sufrido con el universo soviet y ta, ta ,ta; yo contesto que, en todo caso, plante bien de frente su postura y que su ardid de hacerlo mediante chistes es de mal gusto.
Abajo la junquicidad al palo. Bueno, es bien interesante conocer Bratislava. Es un lugar que, creo, está lejos de nuestro imaginario, tiene mucho para enseñar, para nuestra ignorancia, digo como maestra ciruela. No tenemos demasiada idea de la vida de la gente por estos lados. Aparte de eso, como en cualquier lugar de Europa, todo el tiempo nos cruzamos con las placas recordatorias de los que pasaron, vivieron, crearon por aquí; enseguida me imaginé a Mozart saliendo por la puerta de una casa pintada de amarillo.
Nos despedimos de la señora; a ver si nos entendemos: no es que yo haya sido ni sea ahora pro Stalin, no es que crea que un guía puede ser objetivo pero, si quiere informarnos acerca de lo que considera horrores del período soviético, que no lo haga contando la historia como si fuera un chistecito. No sé cómo ser más precisa, cuando lo sepa aviso. Y ahora pretendo dormir unas seis horas, ya me parece que escribo en sueños y ya no me acuerdo nada más de lo que vimos ni hicimos.

                                                                                                                         Gabriela Frontini
                                                                                                                                17 de julio de 2012

PD: No logré ir a ningún cementerio, pero I acaba de leerme sobre uno en Viena, donde moran Schubert, Mozart, Brahms, Beethoven, etc. Ojalá no quede lejos.

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