Praga
Praga
“Para guardarse de las sirenas, Ulises se tapó los oídos con cera y se hizo encadenar al mástil. Algo semejante podrían, naturalmente, haber hecho desde tiempo antiguo los viajeros, con excepción de aquellos a quienes las sirenas atraían desde lejos; pero en el mundo entero se reconocía que ese recurso no podía servir para nada. El canto de las sirenas lo traspasaba todo, y la pasión de los seducidos habría hecho saltar prisiones más fuertes que mástiles y cadenas.” (Franz Kafka: El silencio de las sirenas)
Aquello de que segundas partes nunca serán buenas no se cumple con esta delicia. Yo conocí Praga hace unos años, cuando viajé con mi amigo F, me había encantado y, ahora, cada día me parece más bella. Tengo que encontrar un adjetivo equivalente a mágica, pero ahora no lo encuentro. Se la suele denominar la ciudad más bella de Europa, lo juraría, si me lo pidieran. Imposible caminar sin mirar hacia arriba para ver las coloridas construcciones de variados estilos; imagino que los arquitectos deben trinar de placer y no podrán conciliar el sueño. Praga atrapa, extiende su largo brazo, en el mismo instante en que los pies la rozan, y solo te deja ir, al final, porque sabe que volverás: absolutamente nadie vence su seducción. Sí, es más acertado que hablar de magia, porque ese brazo es silencioso, invisible, su fuerza no es física, es la fuerza del que inocula de a poquito el veneno del deseo. ¿Desde dónde irradia su poder fatal? ¿Desde las profundidades del Moldava que fluyen bajo los puentes? ¿Desde la altura de la colina que desparrama cúpulas y techos coloridos? No creo que sea tan sencillo descubrirlo, no quiero descubrirlo. Dejo que me lleve a (por) donde ella quiera. No se presentó complaciente, los seductores no lo son; me hizo sentir frío. Sólo más tarde, con cada uno de sus dedos, por separado, fue entregando algo parecido al calor, a esa temperatura del cuerpo que se logra después de una entrega, la mía.
¿Voy a decir que me quedaría más días? ¿Voy a decir que me gustaría pasarme un mes, por lo menos? Sí, sí y sí, aunque no entienda casi nada del checo, aunque no quiero toparme con otros turistas. ¿Qué haría? Me alejaría del casco histórico. Sería capaz de levantarme temprano y caminaría sola por allí, una y otra vez cruzaría el famoso puente y, en cuanto vislumbrara una hordilla humana, escaparía por calles vacías, impulsada por el brazo poderoso. Lo que Praga ordena es alejarse de las concentraciones y deslizarse por cualquiera de sus arterias. Sé muy bien cuál sería mi rutina inicial: despertarme de a poco, deambular y sentarme en un café a escribir a rabiar. El resto lo dejaría a su consideración.
Gabriela Frontini
Praga, 21 de julio de 2012
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