sábado, 27 de octubre de 2012

Budapest

Budapest
          Toda vida humana tiene algo único, algo que uno prepara durante mucho tiempo, algo que   cuida, que va formando poco a poco, que mima. A veces es una persona. A veces, una obsesión.
Sándor Márai, ¡Tierra, tierra!


Dejar esta ciudad única me llena de nostalgia y me parece injusto. Por qué abandonarla y cambiarla por Viena, que no me despierta simpatía. Sabía que me iba a gustar, tenía el pálpito, la intuición, la sospecha, pero no imaginaba la medida. Todas las ciudades que miran al río son hermosas y me seducen, esta es solo ella, tiene esa marca europea y, al mismo tiempo, calladamente, se impone. Aunque no, esa no es la palabra, no se cuál es la palabra, ahora que me caigo de sueño y quisiera irme a dormir con la ilusión de despertarme y seguir caminando por la rivera del Danubio, cruzando puentes, levantando la vista y repitiendo una vez más qué hermoso edificio. Algunos están restaurados, blancos, otros siguen negritos, a la espera. Todos son bellos, más que bellos, la arquitectura, los estilos, son diferentes y nos gustan por igual. Calles laberínticas, angostas, sinuosas; casas bajas, de colores pastel, cuyas ventanas enfrentadas parecen conversar desde los siglos. Avenidas anchas, señoriales sin ostentación; cafés, cafés, cafés y mas cafés. En algunos, más modernos, han tenido la excelente idea de ofrecer mantas para los que nos sentamos afuera; vimos el primer día, en un lugar cerca de nuestro hotel, gente envuelta en unas telas coloridas, después advertimos la función y nos pareció encantador y práctico. Esta noche, cuando volvimos de cenar con una pareja húngara de conocidos, nos tomamos una copa de vino haciendo uso de las abrigadas mantas, y yo empezaba a extrañar. Estos amigos de I nos habían llevado a cenar a un restaurante en Buda y después a seguir bordeando el Danubio para ver por última vez los puentes y los palacios iluminados. Pueden imaginarse lo que fue eso. De día es precioso y de noche se pierde la razón. Nuestro hotel está en Pest, que es la parte baja y la más plebeya, dicen, pero no entiendo cómo puede llamarse así a la Avenida Andraassy, con su famoso café New York y tantas otras cosas. Claro que todo el tiempo tuve presente a Márai con sus descripciones, miraba y caminaba los puentes pensando en la destrucción, este es un pueblo habituado a batallar, caer, volver a empezar, son rebeldes. Es un despropósito no entender ni adivinar una sola palabra de lo que dicen, me da la sensación de que usan muchas palabras para decir algo; no, no es eso, sino que las palabras son muy largas, por las declinaciones. M, nuestro guía, sostiene que es una lengua dificilísima de aprender. Como suele pasar en estos viajes, cuando volvemos al hotel ya no damos más, lo único que lamento de eso es que no me quedan energías para escribir, cuando en realidad siento deseos de hacerlo y ya se sabe que es algo para hacer en el momento. Dije que hoy nos vamos de aquí hacia Bratislava; no puedo dejar Budapest sin dedicarle  algo mínimo, como un eco bajito de lo que realmente es para mí. Voy a enumerar algo de lo que hicimos: a pesar de inicial resistencia, porque no me gusta estarme quieta en una aguas calientes (eso sin agregar la aversión que esgrimió P sobre los hongos ajenos), consentí en ir a los Baños termales, famosos aquí, elegimos los de Gelbert, al otro lado del Puente Libertad, el edificio es precioso y, si uno tiene un poquín de imaginación, puede creerse que se encuentra en la Antigua Roma; también es cierto que volví relajada. Algo muy ingenioso que tienen es un aparato que identifica la pulsera que hay que colocarse a la entrada y que oficia de llave para el locker en el que se dejan las prendas. La cuestión es que nunca habíamos mirado el número de ninguno de los dos y hubiera sido tedioso estar probando la lectura del código entre los cientos de armarios; asunto solucionado y ropas recuperadas (evidentemente, los números y las marcas de ciertas cosas no son lo nuestro: en Francia no sabíamos ninguna de las dos cosas cuando alquilamos auto y fuimos a buscarlo la primera vez que lo estacionamos). Otro paseo fue en el tranvía 2, que corre paralelo al río. La temperatura es muy llevadera porque no llega a los 30 y va alternando con lloviznas y sol. Parece que la semana pasada hubo hasta 45, eso ya me lo había dicho mi amigo P, aunque me había costado creerlo; a la noche siempre refresca. Una cena que hicimos con el grupo fue en un bosque, ya el camino para llegar fue hermoso, es un pueblo en las afueras de Buda. Si bien la cena era para turistas, la verdead es que estuvo muy bien, bebida, comida y compañía incluidas. Antes habíamos hecho un paseo en barco, había estado lloviendo, pero en cuanto subimos al barco salió un sol que permaneció durante toda la travesía y entonces pudimos ver perfectamente el castillo, la ópera y todo lo que hay que ver y disfrutar en estos casos. Después de la cena fuimos hasta el Monte para ver toda la ciudad iluminada. Lo último de ese día fue el parque con la réplica del castillo de Drácula: ahí llegó un momento en el que nadie podía hablarme, tuve que apartarme un instante, temerosa de que mi fascinación pudiera dañar a alguien. I me provocó diciendo que no podía yo ponerme así, sabiendo que era una réplica, hecha con fines comerciales; tuvo que darme la razón cuando le expliqué que las cosas son lo que nosotros queremos que sean y que a mí me basta tomar una parte del todo y a partir de allí armarme lo que quiero. No pude ir a la casa de Sándor Márai por la discordante circunstancia de que Bruce Willis está filmando una película en esa zona y está cerrada.
Los húngaros tienen expresión seria, un poco triste, nostálgica; nos parecemos bastante. Nadie nos trató mal, a veces un poco secos, pero siempre educados y amables. Hay hombres lindos realmente; los tacos sobre los cuales se desplazan las húngaras tienen tanta altura como ellas mismas: los zapatos son DIVINOS, imaginé a varias de mis amigas admirándolos, con un hilo de baba.
No sé si para complacerme, hacerme callar, o con verdadera intención de llevarlo a cabo, I me dice que volveremos a esta ciudad (no vimos ningún museo, entre otras cosas, porque ayer olvidamos que hoy era lunes, porque durante la tarde de ayer perdimos noción de absolutamente todo; no pudimos entrar a la sinagoga; siempre terminamos corriendo para llegar, bañarnos y salir a cenar sin hacer esperar a los otros); yo le creo, me conviene. Si P vuelve a Budapest y no vende su departamento, podríamos instalarnos allí, pero es un hombre mutante; antes de que me lo pregunten, respondo que no pasé por la puerta de su casa: el tiempo es Perón y no lo permitió. Sin embargo, ¿el azar? hizo que una de los primeras cosas que vimos fuera el Museo Petofi; es un escritor cuya obra desconozco, pero sabía que es importante (Márai lo menciona en Confesiones); está a dos cuadras del hotel y fuimos a un concierto allí el segundo día. Entramos y salimos de la sala varias veces, porque no habían concluido la preparación, eso creo. En fin, un poco desordenado, como en casa. El concierto en sí, más o menos, pero me gustó estar allí.
No quiero romper el hechizo, por lo que diré poquito acerca del grupo: son todos tranquilos, callados, buenos compañeros de viaje, no hay que estar esperando a nadie que se retrasa; es el justo equilibrio entre moverse en insoportable manada y estar solos prestando atención a todo lo desconocido con que hay que lidiar. Hacemos visitas juntos y tenemos tiempo libre para lo que se nos da la gana.
Estuvimos poco tiempo, es una ciudad que requiere, aunque no lo grite, dedicación. No voy a decir que viviría aquí ni que me pasaría una larga temporada, porque eso no lo haría en ningún lugar que tenga un idioma que no conozco, aunque es absolutamente seductor mirar los carteles con los nombres de las calles. Esta pregunta es la que me hace siempre I, que insiste en que me venga a escribir en cada ciudad que pisamos. Ah, otra cosa es que hay muchas librerías a las que no entramos, porque lo haríamos en un después que nunca llegó, pero de pasada vi en una vidriera una traducción al húngaro de un libro (lamento no saber cuál era) de Boris Vian, sí, sí y sí, los objetos me llaman y aunque nunca sepa dónde estoy ni para qué lado queda nada, lo que me estaba esperando siempre lo veo.


A lo mejor soy la Lejana Alina Reyes, de Cortázar, que vino a encontrarse con su doble, su alter ego o con ella misma.
   Gabriela Frontini
 Budapest, lunes 16 de julio de 2012

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