domingo, 28 de octubre de 2012

Praga: El mapa y el territorio

Praga: El mapa y el territorio

“[…], un libro tiene que ser un hacha para romper el mar de hielo existente en nosotros. Yo así lo creo.” Franz Kafka a Oskar Pollak (1904)

Praga es tan singular que aun dedicándole pocos días podría yo garabatear cientos de páginas. Por razones ajenas al deseo, no lo haré. Lo que sí voy a hacer es una especie de salpicado, según el único criterio del fluir de la representación, con el fin de poblar mis cestopisy (algo así como “libros de viaje”)
Nuestro hotel combina los estilos Biedermeier y Art Nouveau. Se encuentra en el número 33 de la calle Štěpánská, muy cerca de la Plaza Wenceslao y más cerca del Palacio Lucerna, de principios de los años 20, construido según el proyecto de Vacláv Havel, abuelo del primer presidente democrático de la República Checa, después de la etapa socialista. Se trata de un edificio-galería estilo Art Nouveau, con negocios, cafeterías, cine, sala de conciertos y la curiosa Estatua de San Wenceslao con el caballo dado vuelta, obra de David Černy. Dos o tres veces entramos para recorrerlo; todos los días pasamos por delante, ya que es camino obligado hacia la zona de la plaza que, más que plaza, es un boulevard. Una tarde-noche gran cantidad de punks o neopunks aguardaban en la entrada para asistir a un recital. La sensación de que algo tan representativo de una ciudad forme parte del paisaje cotidiano es muy agradable, nos alimenta la ilusión de sentirnos menos turistas.
 
                         
                                                                                         
El boulevard de Wenceslao está siempre muy concurrido pero, como es ancho, resulta fácil olvidar ese detalle y, en cambio, observar todo lo que ofrece de un lado y de otro, con la perspectiva que da la amplitud. Al fondo, como si fuera un torso que extiende las piernas, domina la escena el Museo Nacional (Narodní Muzeum), de estilo neorrenacentista, diseñado por Josef Schulz, en 1890, en pleno furor de la corriente nacionalista checa que reivindicaba el espíritu nacional del antiguo reino de Bohemia y la separación del imperio austro-húngaro. Alguien dice que, si lo barremos con la mirada por un segundo, nos hace creer situados frente a nuestro Congreso. Del vientre de ese torso nacen la estatua de San Wenceslao (1912) y el Monumento a las Víctimas del Comunismo. Una placa y una cruz de bronce en conmemoración del siguiente episodio: en 1968 los tanques rusos entraron a la Plaza Wenceslao para acabar con el período de libertades conocido como Primavera de Praga. El 16 de enero de 1969, el estudiante Jan Palach se inmoló a lo bonzo en protesta por la invasión soviética; un mes más tarde, el estudiante Jan Zazic lo siguió.
La pierna derecha está formada por el Hotel Europa, construido en 1906, en cuyo café Franz Kafka leyó por primera vez La condena. Y ya que hablamos de él recordemos que aquí se encuentra el edificio de la compañía de seguros Assicurazioni Generali, donde Franz trabajó durante diez meses, hasta que tuvo que renunciar por causa de su tuberculosis. Ambas construcciones pertenecen al Art Nouveau. En el otro extremo, el pie: el Palacio Koruna, de 1914, transición del estilo Secession al Art Déco, construido por Antonin Pfeiffer; actualmente funcionan allí oficinas. Pensar que cada día empleados praguenses franquean sus puertas y se disponen al trabajo; bien por ellos

                       

Dicen aquí que ženy čtou více než muži (las mujeres leen más que los hombres).
En esta zona, de ambos lados, encontramos varias librerías: corrimos locamente, porque era tarde, porque nos esperaban, porque no admitíamos irnos sin un kniha (libro) de esta bienamada Praga. Encontramos poco en español, más que nada de Kafka, claro, al que admiramos pero, justamente por eso, no falta en nuestras bibliotecas personales. Antes de que se acabara el tiempo compramos, en la Palác Knih Luxor, Las aventuras del valeroso soldado Švejk, de Jaroslav Hašek y dos de Bohumil Hrabal: Trenes rigurosamente vigilados y Yo que he servido al rey de Inglaterra. Tesoros para ser leídos en Buenos Aires, con el corazón en Praga.
¡Cuántos lugares quedan por recorrer, cuántas calles por transitar, cuántas cosas por hacer! Lo mejor en estos casos –dice I para conformarnos- es pensar en un futuro viaje. Entonces podremos visitar sin apuro cada rincón referido a Kafka. Sería ideal dividir en cuatro partes el día: lectura, paseo, escritura, eventualidad. Si estuviera a mi alcance impermeabilizarme del frío, vendría todo enero. ¿Acaso existe algún tratamiento por el cual neutralizar la sensación térmica y la temperatura?
El famoso castillo de Praga ((Pražský hrad) parece una maqueta atiborrada de muñequitos en pos de alcanzar la Catedral de San Vito. Al descender hacia el Puente de Carlos y la isla Kampa se repite el panorama. Lo disfrutaremos en un futuro, en el momento en que todos sus visitantes se hayan entregado a los brazos de Morfeo.
La plaza de la Ciudad Vieja, Staroměstské náměstí, comprime los miles de turistas que dejan Ias agujas de la Iglesia de Týn y corren acalorados hacia la Iglesia de San Nicolás, echan una mirada a la estatua del religioso quemado por hereje, Jan Hus, hasta pararse ante el reloj del Ayuntamiento para recibir a los doce apóstoles. Misión cumplida.



En la época renacentista, Praga fue la tercera ciudad con mayor población judía de Europa.
El barrio judío Josefov es tan electrizante y cargado de trágica historia que me resulta imposible  ordenarlo por escrito sin acudir a mi folleto: necesito cierta distancia. El llamado Museo Judío de Praga, fundado en 1906, está formado por una serie de edificios dispersos sobre el territorio del antiguo ghetto judío. Durante la ocupación nazi, el museo ofició involuntariamente como depósito de los bienes robados a los judíos checos y moravos. Si bien los empleados lograron salvar dichos objetos, la mayoría de sus dueños no corrieron esa ¿suerte?: murieron en los campos de exterminio. Durante la época comunista el museo fue nacionalizado y restringidas sus actividades. Después de la caída del régimen, los edificios y colecciones fueron devueltos a la comunidad judía.
Veo por segunda vez el Viejo Cementerio Judío, que data de la primera mitad del siglo XV: el gris dominante de las lápidas lo dice todo. Su posición inclinada me conmueve, pienso que es el gesto de protección hacia todos los que, al no poder ser enterrados fuera del ghetto y debido a la falta de espacio aquí, fueron sepultados capa sobre capa. Imposible tomar distancia.
La Sinagoga Pinkas convoca la tristeza y el espanto detrás de cada uno de los 77.297 nombres inscriptos en la pared, de los judíos checos y moravos asesinados por los nazis. El monumento tal como lo vemos hoy es la reconstrucción realizada en 1996, luego de la caída del régimen comunista que, en 1968, había destruido las inscripciones y cerrado el Museo. Igual de triste y devastador es subir hasta el primer piso y detenerse en la exposición “Dibujos de los niños de Terezín 1942-1944”. Son los dibujos que hicieron los más de 10.000 niños  internados en Terezín, poco antes de ser llevados a Auschwitz, donde fueron asesinados. Friedl Dicker-Brandeis, una egresada de la Bauhaus, fue nombrada para dirigir el trabajo y, antes de la deportación de los niños a Auschwitz, logró esconder los dibujos que, en muchos casos, constituyen el único recuerdo de los que no sobrevivieron. De los 8.000 deportados hacia el Este, sólo 242 llegaron a ver el fin de la guerra.


 
       


Nos dicen que la antigua capital del reino de Bohemia es una de las ciudades más preservada de las guerras, menos destruida ediliciamente; es cierto. Pero también es cierto que no se libró de todos los horrores que atravesaron los habitantes de esta Europa. La primera vez que estuve en Praga advertí la belleza en los rostros de los checos y, también, me impresionó un fondo de tristeza delineado en los labios y en los ojos. Sé muy bien que vemos lo que queremos ver, que nuestra mirada porta nuestra propia historia y que ésta es tan singular y compartida como puede serlo la mirada del que está humanamente obligado a recordar que el olvido debe ser una palabra vedada en el territorio de la Historia.
                                                                                                                Gabriela Frontini
                                                                                                             Praga, 22 de julio de 2012

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